Se muere Saramago y enseguida llega el titular del Alma del Portugués. A Saramago hay que darle gracias por una obra preciosa, llamada El año de la muerte de Ricardo Reis, y quizá sus fábulas merezcan elogios más convencidos que otra cosa. El Saramago que me interesaba trabajaba con la reescritura: con la de su tradición, con la de su lengua, con la de su mayor influencia. El otro, por no salir de la broma y del topicazo döppelanger, fue un conservador inocentón, menos inteligente de lo que parecía.
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